Despertó en la cima de una montaña, aun sucio, ensangrentado y con una barba que lo hace irreconocible. Sus ojos aparentemente adentrados, sumergidos en ojeras de cansancio, perturbada mirada, imposible saber que piensa. Se repliega como un animal percibiendo el peligro, detiene su retroceso solo al sentir la fría roca tras de si. Se acurruca con una mano en guardia y la otra escarba el piso a su lado. Solo hay humedad y frío, sus mano izquierda tarda en reaccionar pero finalmente las memorias empiezan a regresar.
Prado, rocío, humedad en el suelo, el recuerdo de un lugar familiar y el aroma de una flor que dilata sus pupilas. Su corazón que late como león infartando de hambre rodeado por cazadores desacelera ante una sensación casi olvidada.
Viento apacible entra en sus latidos, es un viento frío de descanso, no es el frío de la muerte de cada día. Es el frío del rocío de un hogar distante en medida pero cercano en el afecto.
Su corazón abrazo el viento impidiéndole salir, le hizo nido en un respiro. El animal encontró paz y retozó. El paisaje era conocido, la montaña era el cerco natural de Valía. la neblina fue atravesada por el sol y su pueblo fue iluminado. Como la luz llego a su corazón, a su pueblo llegó la luz. El caballero se levantó, enderezó sus piernas y desajusto su armadura; se fue el apresto de su padre, cayeron la coraza de su abuelo y los lomos de su madre, se despidió del yelmo de su abuelo y soltó el escudo de su hermana. Quitó de su cuello las mallas de su hermano y pieza por pieza desnudo su alma, una a una cayeron de tras de si y fueron embueltas por la hierva floral. Una a una hasta quedar la espada.
El caballero se vio sin armadura, vulnerable como nunca en su cuerpo, fortalecido por la victoria en su alma. La espada restauraba su semblante a cada paso, su brillo se restauraba, su filo silbaba en el aire de nuevo. Su espíritu respiro de nuevo, su corazón abrió sus ventanas y aire empezó a fluir. La paz ya no se iría, ahora la paz se movía en él. No mas diques, no mas cercos, no mas púas.
Al borde del risco, contemplo los rayos de luz resplandecer sobre Valía, obviamente reconstruida pero con un esplendor superior al dejado. «Es el final» dijo rompiendo el silencio de meses. Levanto la espada y su brillo se reflejo en su valle. Clavo la espada dejándola a la vista y adelante su sombra se vería en cada atardecer. Empezó su descenso a su tierra, trotando como un corcel joven, restaurándose su ser a cada paso, desapareciendo las marcas de sus ojos, borrándose las cicatrices, perdiéndose su barba, reapareciendo el tono de su cabello. No había vista del animal, no había presencia del guerrero, ni aun del caballero.
Abrazó a su pueblo y su pueblo lo abrazo en retorno. Se ve en sus ojos una agua viva, entonces un bandido asoma tras las montaña del oriente, las aguas vivas se tornan en fuego y el rugido del león atraviesa el aire, todos le rodean en paz y en guerra. El bandido deja sus atuendo, deja sus armas y deja su pasado, «escuche que aquí se puede volver a empezar» dice, las aguas vivas regresan, se une al abrazo.
Valía, el lugar para nacer de nuevo.